domingo, 28 de febrero de 2010

Guion Literario: Ejemplo

Mauricio Rodríguez Sámano 20-01-2010

Guion Literario: Historia del primer viaje de Simbad “El Marino”

Narrador (Simbad): Deben saber todos ustedes, ¡oh Ilustres invitados y tú, honrado Simbad! Que yo nací en una familia en la que mi padre era mercader de alto rango. En su casa había muchas y variadas riquezas, las cuales distribuía con generosidad entre los pobres, aunque eso no fue ningún obstáculo para que mi padre me dejara una herencia muy basta. Cuando llegue a la edad de ser hombre, tome el mando de lo heredado y empecé a disfrutar de la vida complaciendo mi estómago con deliciosos manjares y bebidas, me vestía con enorme lujo y suntuosidad y me rodee de gente joven como yo. Juntos gozábamos de todo lo mejor, pero cuando hubo pasado el tiempo me di cuenta que mi fortuna había desaparecido.

Entonces me llene de espanto al pensar que llegaría mi vejez y yo no tendría donde vivir y que ponerme. Me llegaron a la memoria las palabras de mi padre: “Más vale la tumba que la pobreza”. Dándome ánimos, me levante, reuní lo poco que me quedaba y lo vendí. Conseguí tres mil dracmas por ello. Una vez con esas monedas en la mano, pensé que me gustaría viajar por el mundo y me fui al mercado a comprar mercaderías diversas. Todo lo llevé a bordo de un navío en el que ya se encontraban otros mercaderes. Mi alma se encontraba deseosa de emprender diferentes aventuras, asi vi como nos alejábamos de Bagdad, pasamos río abajo por Bassra y finalmente llegamos al mar. De este modo fuimos navegando, llegamos a diversas islas, cruzamos diferentes mares, llegamos a muchas tierras y en cada lugar en el que nos deteníamos vendíamos o cambiábamos nuestras mercancías haciendo tratos ventajosos para nosotros. Seguíamos navegando y un dia vimos surgir en el mar una pequeña isla cuajada de vegetación y creímos que era un maravilloso jardín. Nuestro capitán decidió que nos detuviéramos ahí y nos permitió desembarcar. Todos los comerciantes bajamos del navío con lo necesario para prepararnos una buena comida. Mientras unos preparaban alimentos, otros disfrutaban de la belleza de la isla. Más de pronto sentimos que temblaba la tierra con tal fuerza que algunos fuimos despegados del suelo. En este momento vimos en la proa del navío a nuestro capitán que nos gritaba con voz alarmada y gestos llenos de espanto:

Capitán: ¡Pasajeros a bordo! ¡Sálvense! ¡Dejen todo y salven sus vidas y sus almas! ¡Suban pronto, pues, si no, habrán de morir sepultados bajo el agua! ¡Esta no es una isla, si no una gigantesca ballena que dormía, y debido a la arena que había en su lomo crecieron árboles y plantas! ¡Ahora la han despertado con el fuego y no tardara en sumergirse en el mar! ¡Acudan pronto, que debo marchar! ¡Dejen todo y suban!

Narrador (Simbad): Al escuchar estas palabras llenas de terror, todos echamos a correr, dejando ahí nuestras pertenencias. Algunos subieron a tiempo otros no, porque la ballena se movía. Después de dar algunos saltos se sumergió en el mar con todos los que quedaban en su lomo ¡Yo Fui uno de los que se había quedado en el lomo de la ballena y había de ahogarse!

Algunos saltaron al bote y otros nadaron hacia el barco. Antes de que yo me alejara, el animal se sumergió en el océano. Sólo tuve oportunidad de recogerme de un trozo de madera que habíamos traído desde el velero para que nos sirviera de mesa. Sobre esta ancha viga fui arrastrado por la corriente, mientras los demás habían subido a bordo. Y, debido al estallido de una tormenta, el barco, se alejó sin mí. Floté a la deriva esa noche y la siguiente. Al amanecer, una ola

Me lanzó a una diminuta isla, ahí tuve agua fresca y fruta; encontré una cueva, me acosté y dormí varias horas.

Después miré hacia los alrededores buscando señales de gente, pero no vi a nadie. Sin embargo, había numerosos caballos pastando juntos; pero no había rastros de otros animales. Al llegar el crepúsculo, comí algo de fruta y subí a un árbol para dormir seguro. A eso de la medianoche, un curioso sonido de trompetas y tambores atronó en la isla hasta el amanecer. Después pareció tan solitaria como antes. A la mañana siguiente, descubrí que la isla era muy pequeña y que no había más tierras a la vista. Entonces, me consideré perdido. Mis temores no fueron menos cuando me dirigí hacia la playa y vi que en ella abundaban serpientes de gran tamaño y otras alimañas. Sin embargo, pronto pude comprobar que eran tímidas y que cualquier ruido, incluso el más insignificante, las hacía sumergirse en el agua.

Cuando llegó la noche, volví a subir al árbol. Y, cómo en la anterior, se escuchó el sonido de tambores y trompetas. Pero la isla continuaba siendo solitaria. Sólo al tercer día tuve la alegría de ver a un grupo de hombres montados a caballo. Estos, al descabalgar, quedaron muy sorprendidos de encontrarme allí. Les conté cómo había llegado, y ellos me informaron que eran caballerizos del Sultán Mihraj. También me dijeron que la isla pertenecía al genio Delial, quien la visitaba todas las noches trayendo sus instrumentos musicales. Y, por último, me contaron que el genio había dado permiso al Sultán para que amaestrara sus caballos en la isla. Ellos trabajaban en eso y cada seis

meses elegían algunos caballos; con ese propósito se encontraban ahora en la isla.

Los caballerizos me condujeron ante el Sultán Mihraj y éste me dio hospedaje en su palacio. Como yo le contaba historias acerca de las costumbres y maneras de la gente de otras tierras, pareció muy complacido por mi presencia.

Un día vi a varios hombres cargando un barco en el puerto y noté que algunos de los bultos eran de los que yo había embarcado en Basora. Me dirigí al capitán del barco y le dije.

Simbad: Capitán, yo soy Simbad.

Siguió caminando.

Capitán: Ciertamente dijo, los pasajeros y yo vimos a Simbad tragado porlas olas a muchas millas de aquí.

Sin embargo, varios otros se acercaron y me reconocieron. Entonces, con palabras de felicitación por mi regreso, el capitán me devolvió los bultos.

Simbad: Hice un obsequio de cierta importancia al Sultán Mihraj, quien me dio un rico donativo en compensación. Compré algunas mercaderías más y fui a Basora. Al llegar al puerto vendí mi embarque y me encontré con una fortuna de miles de dinares. Por eso resolví vivir en la comodidad y esplendidez.

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